La fotografía tiene un poder silencioso. Detiene el tiempo o lo acelera, captura lo que a veces pasa desapercibido, lo que nos conmueve sin palabras: un gesto, un instante, o una calle con poca luz. Y sin embargo, ese poder también provoca miedo. A veces, el mundo o sus pequeños habitantes deciden que ciertas miradas no son permitidas, que ciertas verdades visuales deben ocultarse. ¿Te ha pasado?.
Hace años, Sally Mann capturó la infancia de sus hijos de manera honesta y pura. En 2025, repito 2025, cuatro imágenes se retiraron de la exposición Diaries of Home del museo de Arte Moderno de Fort Worth tras recibir quejas de grupos conservadores que las calificaron de «pornografía infantil», flipa. Fueron cuestionadas por aquellos que decidían de forma random los límites de lo aceptable.
Atención a esto: MUSEO DE ARTE MODERNO, ¿en serio?.
A día de hoy en redes sociales vivimos una censura diferente, más sutil pero igual de real y palpable. Fotos de mujeres y niños, no importa si son artísticas, educativas o simplemente humanas, desaparecen, se bloquean o se ocultan. Mientras tanto, imágenes similares de hombres rara vez enfrentan juicio. Los algoritmos y las reglas de las plataformas deciden qué podemos ver, qué podemos sentir, qué historias pueden llegar a nosotros. En cierto modo, nuestra libertad de mirar y crear ya no es total.
Yo siento eso a diario en mi fotografía. Hay momentos que quiero capturar y compartir: gestos cotidianos íntimos, cuerpos reales, pieles sin artificio. Momentos que nacen del amor y la curiosidad, y que sé que podrían ser malinterpretados o limitados por normas invisibles. No es denuncia, es honestidad: mi trabajo se mueve entre la belleza y los límites impuestos por otros. Y es esa misma tensión la que me hace valorar cada imagen, ¿soy libre de mostrar lo que quiero, como quiero y donde quiero?. La respuesta ya la sabes: NO.
La censura no solo borra fotos; condiciona nuestra mirada. Nos enseña, nos guía, nos limita incluso sin que nos demos cuenta. Nos dice qué debemos admirar y qué debemos ocultar. Pero en medio de esas reglas, la fotografía de mujeres sigue siendo resistencia, ahí seguimos queridas. Cada imagen que compartimos, cada cuerpo que capturamos con sensibilidad, es un acto de libertad. Es un recordatorio de que nuestra mirada tiene derecho a existir, que nuestra forma de ver el mundo es valiosa y merece ser mostrada.
El arte no debería depender de la incomodidad de otros. El arte es honestidad, ternura, valentía. Es detenerse, observar y compartir lo que nos conmueve. Cada foto que mostramos, cada instante que guardamos, es un testimonio de nuestra libertad creativa, un hilo que une nuestras emociones con las tuyas cuando observas, más allá de censuras, filtros o silencios impuestos.
Porque al final, la fotografía no solo captura imágenes: captura humanidad. Y mientras sigamos mirando con cuidado, con amor, con sensibilidad, quiero creer que ninguna censura podrá borrar la verdad que queremos mostrar.


2 Responses
Brava Eli, has dado en el clavo, salvo que la forma de censurar que tienen las redes sociales no es tan sutil como dices, cada vez es más palpable y la prueba es que los creadores adaptáis vuestra mirada al sacrosanto algoritmo o no tenéis difusión. Es una dictadura cultural a la que es complicado oponerse a no ser que recuperemos otros espacios, rompamos asimetrías y ganemos libertades.
Siempre ha habido asimetría en la libertad que disfrutamos unos y otras. No importa el eje que separe: genero, clase, ideología. Lo que sorprende (o no) es que, como bien apuntas, estamos en 2025 y parece tienen mas libertad y poder los que interpretan que los que crean, cuando son precisamente ellos los que tienen la mirada sucia y torcida.
En fin, sigue luchando por que prevalezca tu mirada.
J.
¡Gracias, Javi!. Nos queda taaaanto trabajo. EL secreto está en no rendirse nunca (como con todo en la vida).
Gracias por comentar.